Organizar prácticas de uso de Internet

Resultado de imagen para Organizar prácticas de uso de Internet,Los movimientos sociales utilizan Internet como forma de organización y coordinación. La Red permite formas de organización descentralizadas, horizontales, a nivel global y en torno a campañas concretas que se adaptan a las necesidades específicas de muchos de los nuevos movimientos sociales. Precisamente, los movimientos que ya se organizaban de esta forma están en mejor disposición de apropiarse de Internet como infraestructura organizativa. Al mismo tiempo el uso de la Red profundiza la tendencia hacia este tipo de organización.
Que un medio como Internet, con características como la descentralización, la horizontalidad, la interactividad o la globalidad sirva de infraestructura organizativa para movimientos con formas de organización similares es algo evidente. El objetivo de este artículo no es pues constatar esta realidad que es ya una idea común en la literatura sobre el uso de Internet para la movilización social. Lo que se pretende es indagar en las causas de que tanto Internet como los nuevos movimientos adopten estas características así como la forma en que se produce esta confluencia entre la estructura de Internet y las formas organizativas de los movimientos sociales contemporáneos.
Las preguntas preliminares son pues;
¿Cómo influyó el contexto social y cultural en el desarrollo tecnológico de Internet para que adoptara estas características?
¿Cuáles son las causas sociales, políticas y culturales para que los movimientos tendieran a organizarse de esta forma?
¿Cuáles son las formas concretas en que los movimientos utilizan Internet para organizarse?
Dominique Wolton advierte que para poder hablar de una verdadera revolución de la comunicación hace falta algo más que un avance en las tecnologías de comunicaciones.
Según Wolton, entre los siglos XVI al XVIII la imprenta, como invento tecnológico, “favoreció el nacimiento del modelo individual y la construcción de un espacio publico para la expresión y la circulación de las opiniones” mientras que en los siglos XIX y XX el teléfono, la radio y la televisión “han estado relacionados con el triunfo del individualismo y de la democracia de masas”. En ambos casos la revolución tecnológica en el campo de los medios de comunicación fue “real sólo porque hubo, en un espacio-tiempo similar, evoluciones radicales del orden cultural y social” (Wolton, 2000: 20).
Así, la organización de los movimientos a través de Internet no se explica únicamente por la infraestructura tecnológica sino también por tendencias anteriores que tienen un origen social y cultural.
La crisis de las organizaciones tradicionales y de los grandes relatos, el rechazo a las jerarquías, la defensa de la autonomía personal y la participación directa o la globalización de los movimientos en respuesta a la globalización de las estructuras de poder; Mayo del 68, el levantamiento zapatista, los movimientos feminista o ecologista, Seattle y el movimiento altermundista. Todas estas tendencias y acontecimientos son indicios de cambios sociales y culturales profundos que podemos abarcar bajo el concepto de nuevos movimientos sociales.
La confluencia “en un espacio-tiempo similar” de estos movimientos y la aparición de Internet validan la hipótesis de una verdadera revolución de la comunicación en este campo. Los movimientos sociales ya se organizaban en red y tras la aparición de Internet, se organizan tanto en red como en la Red.
De la otra parte, la Red nace en un contexto cultural, el de la cultura universitaria estadounidense de los 60 y 70, cuyos valores de autonomía personal, libertad individual o rechazo a las jerarquías influyeron notablemente en la configuración de esta tecnología.
Los inventores y primeros usuarios de la Red le dieron la flexibilidad, horizontalidad e interactividad que favorecen estas formas organizativas.
Internet se ajusta a las necesidades organizativas de los nuevos movimientos sociales porque, en gran parte, fueron personas influenciadas por los valores de estos movimientos los que crearon la Red, con las características que mejor satisfacían sus propias necesidades.
Por tanto estas formas de organización no son fruto de Internet sino que la Red es producto de los valores de los movimientos que ya se organizaban de forma horizontal y participativa.
Mejor aún, en el rechazo al determinismo tecnológico, conviene no dejarse llevar por un determinismo social, político o cultural de similares características. La perspectiva de un desarrollo paralelo y una influencia recíproca parece explicar mejor la confluencia entre la tecnología de la Red y las formas organizativas de los movimientos.
Antes de la aparición de Internet y debido a factores políticos preexistentes, existía una tendencia por parte de los movimientos sociales hacia formas de organización flexibles, horizontales, participativas y globales. Internet, en parte porque sus creadores y primeros usuarios formaban parte de la cultura de estos movimientos, se adapta perfectamente a estas formas de organización siendo de esta manera adoptada por los movimientos para organizarse y coordinarse. Por su parte, la adopción y apropiación de Internet para la organización profundiza estas tendencias e incluso promueve estas formas de organización entre actores sociales que no participaban de este tipo de estructuras de movilización.
Partiendo de estas premisas, el articulo abordará, por una parte, la influencia que los valores de los movimientos tuvieron en el desarrollo de Internet y como estos configuraron la Red de forma que satisfaciera sus valores, intereses y necesidades, por otra parte, las causas ideológicas, políticas, sociales y culturales que explican las preferencias de muchos movimientos por las formas de organización horizontales, descentralizadas, participativas y globales y, por último, como los movimientos usan y adoptan Internet como infraestructura adecuada a estas preferencias organizativas.
Necesidades, valores y desarrollo tecnológico de la Red
La preferencia de muchos movimientos por estas formas organizativas es anterior a Internet. La Red no es el origen, pero si da respuesta a las necesidades de los movimientos que buscan fórmulas para organizarse.
Resaltar la importancia de las tendencias hacia estas formas de organización anteriores a Internet significa descartar la idea del determinismo tecnológico. Existe una fuerte interrelación entre tecnología, cultura y sociedad, los “sistemas socio-técnico-culturales” (Medina en Lévy, 2007: XI)
Esta perspectiva se aleja del determinismo tecnológico según el cual la tecnología es el resultado de “procesos autónomos y cerrados de desarrollo conforme a una lógica propia e inexorable. Necesarios, incontrolables y con efectos ineludibles” (Op. Cit.: XIII).
Según este punto de vista los cambios en la cultura y la sociedad vienen determinados por el impacto de la tecnología, siendo esta el sujeto activo o la causa que actúa sobre la cultura y la sociedad como sujeto pasivo en el cual se producen las consecuencias.
Se obvia así, por un lado, la capacidad de influir en el desarrollo de la tecnología por parte de los agentes sociales, como empresas, gobiernos, universidades y otras instituciones, así como los propios inventores, que establecen los marcos legislativos, económicos y culturales en los cuales se produce la innovación.
Por otra parte se cuestiona la influencia de los propios usuarios que pueden reinventar la propia tecnología a través del uso social que se hace de ella. Un uso que a veces se diferencia notablemente del inicialmente previsto y que reconfigura la tecnología en su desarrollo posterior.
Según Castells “la gente, las instituciones, las empresas y la gente en general transforman la tecnología, cualquier tecnología, apropiándosela, modificándola y experimentando con ella –lo cual ocurre especialmente en el caso de Internet, al ser esta una tecnología de la comunicación” (Castells, 2003: 19).
La historia de la tecnología demuestra que la contribución de los usuarios es crucial en la producción, ya que la adaptan a sus propios valores y en último término transforman la propia tecnología. Internet, siguiendo a Castells, surge en un contexto social y cultural que
condiciona su contenido y los usos que se hacen de ella en su desarrollo futuro” (Op. Cit.: 25). En concreto el autor sitúa su nacimiento “en la insólita encrucijada entre la gran ciencia, la investigación militar y la cultura libertaria” (Op. Cit.: 34).
Los intereses y los valores de las diferentes culturas que intervienen en la creación y el desarrollo de Internet explican su diseño tecnológico ya que la Red es producto de un conjunto de decisiones sociales que la configuran intencionadamente de la forma que mejor satisfaga las aspiraciones de sus creadores y primeros usuarios.
La cultura de internet es una cultura construida sobre la creencia tecnomeritocrática en el progreso humano a través de la tecnología, practicada por comunidades de hackers que prosperan en un entorno de creatividad tecnológica libre y abierto, asentada en redes virtuales dedicadas a reinventar la sociedad y materializada por emprendedores capitalistas en el quehacer de la nueva economía” (Op. Cit.: 87).
Esta construcción, y su modificación posterior, social y cultural de la tecnología según unos intereses, valores o ideales concretos cuestiona la visión del desarrollo tecnológico como algo aislado y autónomo descrito anteriormente.
La tecnología surge así en un proceso de interacciones entre personas (sociedad), entidades materiales naturales y artificiales (técnica) e ideas y representaciones (cultura).
De esta forma se podría argumentar que la tecnología es producto de la sociedad y la cultura en la que se desarrolla, aunque esto sería caer en un determinismo social y cultural similar al determinismo tecnológico. Resulta más adecuado aclarar que la distinción entre cultura, sociedad y técnica sólo es conceptual y que estos tres ámbitos están imbricados en un sistema de relaciones recíprocas del que resultan inseparables.
Los cambios producidos en cada uno de estos entornos tienen influencia directa en los demás y es difícil delimitar la dirección de las mismas.
No obstante, se puede decir que una nueva innovación tecnológica, en este caso Internet, al margen de las implicaciones sociales y culturales en su desarrollo, produce a su vez cambios sociales y culturales. Una influencia que no debe ser descrita como un impacto, ya que las consecuencias que produce no son directas ni determinantes. Más bien la tecnología condiciona pero no determina (Lévy, 2007: 10).
La aparición de una nueva tecnología abre ciertas posibilidades, puede posibilitar ciertas opciones culturales o sociales que no estarían disponibles sin su presencia. Pero entre todas estas posibilidades potenciales los actores sociales escogerán unas y descartarán otras.
Un ejemplo de ello es el correo postal que se utilizaba desde la antigüedad para recibir noticias y enviar ordenes en un modelo jerárquico de comunicación que nada tiene que ver con el uso personal que se hace de este a partir del siglo XVII. A pesar de que la posibilidad de distribuir el correo de persona a persona siempre estuvo disponible, “el correo como sistema social de comunicación está íntimamente ligado a la ascensión de las ideas y prácticas que valoraban la libertad de expresión y la noción de libre contrato entre individuos” (Lévy, 2007: 97).
La radio vive un proceso inverso pasando de ser un medio multi-direccional a un medio centralizado de difusión masiva, un proceso que obedece a los usos sociales que se imponen en el medio más que a cambios tecnológicos en el mismo.
Internet, como cualquier otra tecnología, es fruto de un contexto social y cultural que conformó la red de una forma determinada y que sigue reconfigurándola según los usos sociales y la incidencia de empresas, gobiernos, legislaciones y movimientos sociales.
La cultura tecno-meritocrática, la cultura hacker, la cultura comunitaria virtual y la cultura emprendedora son los estratos identificados por Castells en el desarrollo de la Red (2003).
La arquitectura de Internet se rige por tres principios: su estructura reticular, el poder de computación distribuido entre los diversos nodos y la redundancia de funciones para evitar riesgo de desconexión. Estos principios en su origen pretenden satisfacer ciertas necesidades militares, en concreto la creación de una red de comunicaciones resistente a un ataque nuclear. Pero estas mismas propiedades de flexibilidad, ausencia de un centro de mando y máxima autonomía en cada nodo satisfacen igualmente las aspiraciones de libertad individual, rechazo a las jerarquías y autonomía personal como valores propios de la cultura universitaria de los 60 y 70 en EE.UU.
Podríamos hablar de la afortunada casualidad de que los principios diseñados para alcanzar un objetivo militar sirvieran igualmente a fines tan distintos como los de la cultura libertaria de las universidades donde se desarrolló el proyecto.
La financiación militar facilitó así el desarrollo de una tecnología particularmente apropiada para los movimientos sociales y la sociedad civil en general. Siguiendo objetivos totalmente distintos, e incluso contradictorios, se llegó a un diseño similar lo que reafirma la idea de que una técnica no es ni buena ni mala sino que depende de los contextos, usos y puntos de vista. Aunque tampoco es neutra puesto que, como se dijo antes, “condiciona o constriñe, abre y cierra el abanico de posibilidades” (Lévy, 2007: 11).
Así, la institución más jerárquica y centralizada de la sociedad estadounidense impulsó la creación de una herramienta horizontal, descentralizada y autónoma de gran utilidad para los grupos sociales que comparten estos valores. Podríamos ver en las movilizaciones del 15 de febrero contra la guerra de Irak, organizadas en buena medida a través de la Red, la mejor paradoja sobre los orígenes militares de Internet.
Podemos responder así a la primera de las preguntas preliminares sobre como el contexto social y cultural influyó en el desarrollo tecnológico de Internet dotando a la tecnología de las características que mejor se adaptan a los valores culturales de sus inventores y primeros usuarios. La estructura horizontal, la interactividad, la autonomía de los nodos de la red, etc., no pueden por tanto ser vistos como un hecho dado sino como un desarrollo intencional, primero con fines militares pero pronto como materialización de los valores del entorno cultural en el que se desarrolla la tecnología.
Aunque el primer impulso a la investigación que dio origen a la red de redes perseguía fines estratégicos y militares, el desarrollo del proyecto estuvo pronto alejado del ámbito militar situándose en el entorno académico de las universidades americanas. Sus inventores y primeros usuarios encontraron en este proyecto una forma de satisfacer preferencias sociales y culturales y a partir de ese momento desarrollaron el nuevo medio de forma intencional para satisfacer esos valores. La Red por tanto no es horizontal, participativa, autónoma o global por mera casualidad sino por que así la querían y así la crearon sus inventores.
Tendencias sociales, políticas y culturales en la organización de los movimientos:
Los valores de los inventores y primeros usuarios de la Red influyeron por tanto en su configuración. Pero en este punto cabría preguntarse también por el origen de estos valores y especialmente por las preferencias hacia formas de organización y comunicación horizontales, participativas, autónomas o globales de los movimientos. Si los creadores de la Red pretendían satisfacer estas preferencias habrá que preguntarse también por el origen de las mismas.
Castells define la era de la información como “un periodo histórico caracterizado por una revolución tecnológica centrada en las tecnologías digitales de información y comunicación, concominante, pero no causante, con la emergencia de una estructura social en red” (Castells, 2007: 175).
Siguiendo esta idea, los cambios políticos y sociales y más concretamente la evolución de los movimientos sociales y sus preferencias organizativas confluyen en un momento dado con las nuevas tecnologías y de ese encuentro surge una relación de influencia recíproca en la cual es difícil determinar quién contagia a quién. Veamos ahora cuales son esas tendencias que -en el ámbito social, cultural, político e ideológico- prefiguran las nuevas formas organizativas de los movimientos que más tarde encontrarán en la Red una infraestructura acorde a sus necesidades.
El cambio se percibe en los nuevos movimientos sociales como una ruptura tanto ideológica como organizativa. Aunque no hay nada más político que la forma de organizarse, por lo que estas rupturas pueden entenderse como parte de una misma tendencia.
La crisis de las ideologías
En el ámbito ideológico, tras la caída del muro de Berlín y el triunfo de las democracias formales capitalistas se declaró el “fin de la historia” (Fukuyama; 1992) expresado por Margaret Thatcher en el lema “no hay alternativas”. El dominio absoluto del neoliberalismo, las desregulaciones, privatizaciones y el libre comercio en los 90 puso en tela de juicio valores incuestionables en los 60 y 70 como el estado del bienestar y los servicios públicos. La propia caída del comunismo sumió a la izquierda en una profunda crisis ideológica y el mismo concepto de ideología, entendida como ideario totalizante y explicación abarcadora de toda la realidad, fue puesto en cuestión.
Los viejos movimientos sociales constituían organizaciones estables en base a meta-relatos universales, asuntos estructurales o discursos emancipadores y estos elementos ideológicos eran una forma de dar mayor coherencia a las organizaciones políticas colectivas.
Sin embargo, el fin del mundo bipolar y la consecuente crisis de las ideologías acaba con estos grandes relatos como referentes principales de la movilización social. En la posmodernidad globalizada a partir de los años 70 los individuos han experimentado una libertad creciente para formar identificaciones fuera de las instituciones autoritarias. (Bennet, 2003)
Esta crisis ideológica mina una de las principales bases para las formas de organización formal y jerárquica de los movimientos tradicionales al privarlos del referente ideológico que aglutinaba y daba coherencia y estabilidad a sus formas organizativas. Las cambiantes condiciones sociales han socavado la identificación con partidos y organizaciones políticas convencionales y, por ende, con la forma de organización tradicional representada por estas instancias.
Rechazo a las formas jerárquicas
Por otra parte, los abusos de las elites en los dos bloques de la Guerra Fría se traducen en una crisis tanto del concepto de vanguardia revolucionaria como del de democracia representativa. El Mayo del 68 francés en el mundo capitalista y la primavera de Praga en el mundo comunista representarían dos buenos ejemplos de esta tendencia.
La ruptura con las formas de organización tradicionales y la crisis de la propia democracia representativa se refleja tanto en la baja participación electoral como en el rechazo a la afiliación e identificación con los partidos políticos y las organizaciones de los viejos movimientos sociales (iglesias, sindicatos, grupos de presión...). Algunos autores ven la causa de esta crisis en la decadencia del Estado del bienestar y los procesos de globalización y regionalización que minan la legitimidad y subvierten la soberanía del estado nacional (Held, 1999).
Los nuevos movimientos sociales reclamarán la autonomía del individuo y la participación en la toma de decisiones planteando formas de democracia directa y participativa. La horizontalidad, la descentralización y la participación sustituyen a las formas jerárquicas y centralizadas así como a la delegación en instituciones representativas. La acción directa o el activismo en los movimientos sociales son percibidos como más satisfactorios y efectivos que el ingreso en un partido político jerarquizado.
Participación y organizaciones informales
También el formalismo de las organizaciones de los viejos movimientos se relaja en los nuevos movimientos. Las redes de afinidad entre colectivos informales sustituye en buena medida la afiliación a organizaciones formales. Esta tendencia hacia lo informal no se limita a las nuevas formas organizativas de los movimientos sino también se manifiesta como un rechazo o desencanto por la participación en la política institucional y los canales formales de participación política. Sin embargo esta crisis de la democracia formal no conduce necesariamente a una disminución de la participación y el compromiso cívico. La disolución de las instituciones sociales tradicionales donde se ejercía el compromiso no significa que la participación y el compromiso cívico desaparezcan sino que simplemente pueden cambiar de forma o de ámbito de actuación.
El compromiso sobre un asunto concreto y de corto plazo, es lo que Beck ha llamado el renacimiento de la política no institucional o de la “subpolítica” (Beck, 1994: 23).
Los nuevos movimientos como actores subpolíticos cumplen para Beck dos características: la articulación de asuntos y la agenda setting. Según esta perspectiva culturalista los movimientos y sus innovaciones culturales no sólo tienen efecto sobre la influencia en las agendas políticas sino que también provocan reacciones por parte de las organizaciones sociales y políticas clásicas. Sin embargo, como tal, los movimientos sociales no tienen intención de tomar el poder para alcanzar sus metas renunciando por tanto a los canales formales e institucionales de participación.
Así muchos movimientos se desconectan de la política representativa formal y prefieren actuar a través de la acción directa, los valores de cambio, los estilos de vida alternativos y la construcción de contrahegemonías.
La propia pérdida de poder de los Estados se manifiesta en la subpolítica, creando una esfera que va más allá de la representación formal y legislativa. Las empresas transnacionales y organizaciones económicas explotan las debilidades del Estado en los mercados laborales, política fiscal, finanzas o regulación medioambiental. Frente a esta “subpolítica de las corporaciones” surge una “subpolítica de oposición” que organiza movilizaciones globales, campañas permanentes y crea redes de oposición y estilos de vida alternativos. En medio de esta batalla el Estado ha perdido gran parte de su capacidad de mediación entre los poderes económicos y la sociedad civil.
Así, la naturaleza del compromiso cívico se ha alterado de forma que la afiliación no es ya un parámetro adecuado para evaluar el grado de participación. El compromiso y la participación están “mucho menos definidos en términos de la ideología y los procesos políticos formales”(Cammaerts Et al., 2003). El rechazo a la política formal del estado también se refleja en el seno de las organizaciones del movimiento que tienden a constituirse como redes de afinidad informales.

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